¿Dónde están los contrapesos del Estado?

Leopoldo Bernabeu

He iniciado el año como si fuese un nuevo curso laboral. Me pasa siempre. Después de un periodo de inactividad, al que me agarro con el mismo interés que ganas tengo de que finalice, encuentro un nuevo filón de engañosa energía que, en realidad, nunca se había disipado, y hay que aprovecharla. Si le añado el no tener que realizar un programa diario de radio, miel sobre hojuelas. Mi propósito, como el que pretende dejar de fumar o aguantar en el gimnasio más allá del primer mes tiene, más o menos la misma solidez.

En mi caso no es por falta de ganas, vaya por delante mi aplauso a esos columnistas capaces de mantener la llama encendida los 365 días del año sin perder interés. Es mi panacea inalcanzable. No sé escribir ofreciendo sólo mi opinión, necesito encontrar la utilidad del consejo, alguna teoría que se pueda contraponer a la queja. Hace días que no consigo encontrarla y de ahí mi guadiana.

Participando en una tertulia nocturna de televisión por internet, y ante la insistencia de mis avezados compañeros sobre la irresponsable situación general que nos rodea como sociedad, propuse lo que hace meses, diría que años, me ronda. La frase que nadie aparca, pero tampoco nadie explica “y nunca pasa nada”. Todos nos quejamos de que es irrespirable la forma de conducirse de este gobierno en su día a día, cada uno a su manera y desde su parcela ideológica. Y todos finalizamos la exposición de la misma manera: “y nunca pasa nada”. Mi reflexión, convertida en infinito interrogante sin respuesta es: ¿y quien o quienes son los que tienen que corregir ese “y nunca pasa nada”? En los EEUU sabemos que cuando un presidente comete alguna tropelía en grado superlativo, se activa el “Impeachment, mecanismo democrático a través del cual se puede llegar a destituir al mismísimo presidente.

Aquí, y sólo haciendo un breve resumen de lo acontecido en las primeras semanas de este año, muy a pesar del huérfano mensaje navideño del Rey pidiendo justamente lo contrario, estamos viviendo la provocadora forma en la que el Fiscal General del Estado, primer garante de la legalidad, lleva riéndose de la justicia desde hace casi un año; la indescriptible y patética declaración del hermano del presidente del Gobierno choteándose de la jueza que le interroga y de rehenes, el resto de españoles que hemos visto su impune declaración; como Nicolás Maduro, el dictador contra el que todo el mundo se había unido para que no llevara a cabo un nuevo latrocinio, sigue en el cargo sin que nadie nos acordemos ni de Edmundo ni de María Corina; la vergonzosa carrera al despropósito de una vicepresidenta empecinada en que los españoles trabajen menos y que los empresarios cada día paguen más, obviando los verdaderos problemas del país: la imposible adquisición de una vivienda y la sangría que el Atlántico se cobra en vidas con los desgraciados inmigrantes que pretenden alcanzar las Canarias con todos los políticos mirando de perfil; la nueva burla del amigo Tezanos recordándonos que si hoy se celebrasen elecciones volvería a ganar ese señor que no puede pisar calle alguna de España porque lo insultan o intentan lincharle; o las faltas de respeto que sufre Carlos Mazón cuando, números en mano, la administración que Gobierna es la única que de momento está haciendo que lleguen los recursos a los afectados por la Dana, mientras el gobierno central ni siquiera ha pedido a Bruselas los fondos de recuperación…

Lo dicho, no sé por dónde enfocar este maremágnum. Disculpen mi válvula de escape, es como el que necesita un ibuprofeno. No existen los “Contrapesos del Poder”, es una falacia que nos hemos creído durante años. Cuando ha llegado el momento de que salgan a la luz y actúen contra ese “y nunca pasa nada”, sigue pasando. Pedro Sánchez lleva mintiéndonos desde hace 2.390 días y no pasa nada. Quizás la explicación esté en esos 18 millones de personas que viven del Estado: casi 11 millones de pensionistas, casi 4 de parados y otros 3 entre el salario mínimo y demás prebendas que costeamos entre todos. Si a eso le unimos una educación en decadencia y unos medios de comunicación tan paniaguados que sólo les queda edulcorar la realidad para poder sobrevivir, el coctel molotov está servido.

No hay mal que por bien no venga, todo el tiempo que empleaba en escribir acerca de los temas que inundan de fango la actualidad, lo he dedicado a leer. Terminar dos libros a medias desde las navidades, darle el pistoletazo de salida a otro que adquirí aprovechando la visita a una magnífica exposición sobre el Tutankamón y finalizar el mío, ha sido mi premio. Disfruten lo votado.