No todo vale en política, como tampoco en la vida misma. Y desde luego España se haría un gran favor a sí misma si buena parte de sus dirigentes no alcanzasen el poder investidos por la mentira como arma electoral.
Sería injusto reprochar al presidente Sánchez haber seguido este patrón en exclusiva, porque ni ha sido el primero ni será el último en trabajarlo. Por desgracia, es un método que funciona y, con frecuencia, el engaño a los votantes tiene premio o, al menos, no tiene como castigo el innegociable repudio.
Sin embargo, hay grados y grados. Ya de por sí resultó obsceno y triste que los herederos políticos de la banda terrorista ETA, bajo la marca Bildu, fuesen una pieza fundamental para, a través del mecanismo de moción de censura, dar la llave del gobierno al PSOE y cortocircuitar la legislatura de Rajoy. Pero más terrible si cabe resulta -llueve sobre mojado- que el jefe del gobierno se disponga a sacar adelante la ley más importante del Estado con el apoyo indisimulado de los proetarras.
Han sido demasiados muertos, heridos y mutilados durante demasiados años, incluidos tantos dirigentes socialistas y sus familias destrozadas para siempre. Y han sido escasísimas las muestras de arrepentimiento, ha estado ausente el perdón general a quienes vieron sus vidas rotas, sepultadas precisamente bajo las bombas o por los tiros de los amigachos de Bildu.
Hay pocos ejercicios más execrables que el de blanquear a un criminal. Menos, cuando quienes han estado de su lado, justificando sus crímenes, explicándolos, argumentándolos… hasta celebrándolos, continúan su camino vil de amenazas abiertas al Estado democrático, teniendo como propósito su humillación y destrucción.