De Navarra a La Rioja, el Camino se preocupa de tí. Diario de un peregrino. Capítulo 5. Sansol - Nájera. 50 kilómetros
Leopoldo David Bernabeu Lopez
Sentado estoy en una terracita junto al río que bifurca la medieval ciudad de Nájera, intentando analizar que ha pasado hoy. Empieza a ser cierto eso de que el Camino provee, todo es mágico a su alrededor. Cuenta mucho una mentalidad abierta y libre para poder recibirlo así. Supongo que hasta que uno no coje experiencia, y eso tardará, todo son sorpresas. De todo tipo. Me planteo como explicarlas, no es tarea sencilla. De hecho, he intentado empezar este artículo varias veces, y como sólo tengo el móvil, y mi costumbre de niño bien es escribir en el ordenador y bajo un sepulcral silencio, lo he abortado en todas esas ocasiones. Vamos a ver que tal va quedando.
Quinto día de una aventura que, cuando giro la vista atrás, juraría que empezó hace mucho más. Del pasado domingo noche en el que cogí un sombrio autobús que me llevaría durante la madurgada hasta Pamplona, a esta tarde soleada en la que te escribo, necesito que sea un acta notarial la que certifique que han pasado 6 días.
No hay porque sorprenderse tanto, me digo a mí mismo, es lo que tiene salir de la rutina y vivir cada minuto con una intensidad tan desconocida que abarca un universo, despega el sentido común de lo cotidiano y convierte todo en novedoso. Si te dejas llevar, es fantástico.
El caso es que he llegado a Nájera, después de 12 horas de Camino, y con 50 kilómetros en las piernas. No creo que lo repita, me noto bastante fatigado.
Salí a las 6.30 del albergue de Sansol, todavía con el recuerdo de una magnífica velada junto a otros 8 peregrinos, la paella y la guitarra de Iván. No me extraña su éxito. Ha sido mi mejor noche, que bien he dormido, supongo que el resto también porque no abrían los ojos ni con la luz encendida. La ventana abierta hasta bien entrada la madrugada escuchando el silencio y sintiendo el fresco del alba. Otro de esos lujos de la España norteña e interior. Todo son amenazas de olas de calor y yo cada noche tengo que pedirle una manta al hospitalero de turno.
Ves tomando nota para cuando te pregunten que es vivir y que se siente cuando uno es feliz. Efímero todo, pero absolutamente extraordinario. No había amanecido y salí del albergue con un buen café con miel en el cuerpo, fruto de un enchufe trabajado a lo largo de los últimos 55 años. Si hincas los codos, lo entenderás. El caso es que me lo dejaron preparado antes de anochecer. Un buen episodio de Caverna de Ánimas y a dormir como un lirón.
Me acompañaba Selva en la madrugada, bajo los focos que se turnan por alumbrarnos entre Sansol y Torres del Río. Un médico hindú afincado en Londres, experto nefrólogo, con el que ya había coincidido el día anterior en el albergue de Lorka. Este chaval merece un capítulo aparte y yo un tirón de orejas por mirarlo con esos malditos prejuicios urbanos que terminan pasando factura, espabilan el alma y nos sitúan definitivamente los pies en el suelo. Lo vi por primera vez saliendo de una tienda a mitad de subida al monte del perdón, a las afueras de Pamplona. Llevaba tanta ropa que no entendí bien su propósito. Dos días después me ha costado no soltar una lágrima al darle ese último abrazo antes de que cogiera un tren en Logroño con destino Bilbao, y desde ahí hasta Londres. Bon voyage.
Algo similar me sucede con el bueno de Oliver, el risueño de Toni, y así una montaña de nombres que he dedicido ir grabando con el apellido de peregrino. Tanta gente que vemos cada día y que tratamos tantos años, y tiene que ser el Camino el que nos enseñe esa fuerza mágica que nos solda a verdaderos desconocidos, que dejan de serlo de inmediato.
Mis zapatillas, sobre todo la derecha, estaba empezando a sembrarme dudas. Mi hermano Iván me las resolvió de inmediato. Un peregrino, sin saberlo y supongo que sin querer, dejó mis nuevas zapatillas en su albergue hace meses. Me vienen como un guante. Tienen que ser de las caras, seguro. Te incluyo una foto y me ayudas a descubrir el precio, seguro que me asusto. Mil gracias allí donde estés.
Junto a un bonito paraguas, por si acaso, le he cambiado ese equipaje a mi hermano, que se va para Benidorm a disfrutar de sus vacaciones, por otro en el que me he desprendido de todos los "por si acaso". Esta frase le gustará al héroe del Camino, Álvaro Lazaga. Salí con 5,5 kilos de peso en la mochila y me he quitado un par más, que he compensado con algo de comida. Y es que los salchichones y los frutos secos están invadiendo las paredes de mi estómago. Con que poco se puede vivir, se puede soñar y se puede ser feliz.
Me ha recibido Logroño cuando todavía no eran las 10.30 h, y allí estaban todos: Iván, Olga, David y Lucía, mi familia. Un café con charla incluída, abrazos, besos y a seguir. Se me había metido en la cabeza llegar a Nájera y lo he conseguido, aunque no es recomendable. La paliza, desde Sansol, es soberana.
Todo hay que decirlo, no tengo secretos para ti: Hoy cumplo 277 días sin dejar de caminar ni uno. Más de 9.000 kilómetros en los últimos 19 meses y 600 con mochila de 7,5 kilos en los últimos 30. Quizás por todo esto me vea tan bien, pero ojo, cuidado con las confianzas. Consejo de todos mis amigos expertos del Camino. Empezaré a seguirlos... o no. Ya veremos.
El Camino es mágico, provee, está lleno de imágenes, anécdotas. Todo es nuevo cada día. He llegado al albergue y sólo queda mi cama, los otros 47 peregrinos habían llegado antes. Me gusta la experiencia que estoy viviendo. Alguien me ha preguntado dónde voy mañana. Le he dicho que ni idea, con absoluta sinceridad. Voy a repasar los vídeos de mi amigo Urko Lekue, que pasó por aquí hace un par de semanas, y comprobar que hizo ese día que salió desde Nájera. Porque si estoy en este albergue también es por su recomendación.
Mañana más, o esa es mi intención.