El timo del cofre del Cid
Cuando el historiador José María Gárate Córdoba escribió en 1954 en las páginas de ABC sobre «El timo del cofre» el debate sobre la figura del Campeador no lo había suscitado una serie de televisión, como ahora, sino el traslado del famoso cofre del Cid de la catedral de Burgos a Valencia con motivo del estreno teatral de una nueva «Jimena» legendaria. Gárate Córdoba aprovechó esta circunstancia para escudriñar un poco en el tema. Así fue como se encaró con la pregunta: «¿Qué hay del timo del cofre?».
Este arca que se conserva en una pared de la capilla del Corpus Christi de la catedral burgalesa fue, según la tradición, uno de los dos cofres, cerrados y llenos de arena en lugar de tesoros, que el Cid dejó en prenda a los judíos de Burgos Raquel y Vidas a cambio de los tres mil marcos que le prestaron para mantener su mesnada cuando salió camino del destierro. Martín Antolínez, quien entregó las dos arcas del Cid según el relato, les dijo a los prestamistas judíos que estaban repletas de oro, pero que su única condición era que no podían abrirlas antes de que pasase un año desde la entrega. Condición que ellos aceptaron sin dudar ni un momento de que contenían un tesoro.
«Para Menéndez Pidal, éste y la afrenta de Corpes eran los dos únicos episodios fantásticos del Cantar», comenzó explicando el historiador. Tras señalar que de la afrenta todo parecía falso, menos la historicidad de Diego Téllez, Gárate subrayó que «ninguna comprobación hay sobre el cofre».
«El episodio era tópico literario muy frecuente en la época, timo real también, contra el que previenen las "Partidas", ardid de árabes nómadas contra los usureros sedentarios, al que Menéndez Pidal no concede otro valor que el puramente poético y legendario». Entonces, Gárate se preguntó qué representa ese cofre que hay en Burgos como preciada reliquia del Campeador.
«No hay de él prueba histórica ni consta tradición anterior al siglo XV» y «ya es significativo que el primer cidiano burgalés, Martínez Burgos, viera en la anécdota pura invención del juglar», destacó. Aunque en el momento en que escribió su artículo aún no disponía de un informe arqueológico, no faltaban impugnaciones periciales que lo situaban después del siglo XIII por su factura externa, sus herrajes y su talla con azuela en vez de hacha. «Faltan también los cueros rojos y los clavos dorados con que el poema adorna las dos arcas, detalles coloristas que pudieron perderse en el tiempo», añadía.
En el cofre, sin embargo, quedaba «una tradición general, muy continuada y no contradicha», que predisponía a la credulidad. «El realismo que cada nuevo hallazgo documental añade a pasajes dudosos del Cantar -escribió- hace pensar que éste tenga también base histórica en ese préstamo que posiblemente recibió el Cid de los judíos, según sospecha Menéndez Pidal». La rareza de los nombres hebreos masculinos de Raquel y Vidas abonaban a juicio de Gárate su verismo «porque en una anécdota imaginaria se hubiera acudido a otros más clásicos, hasta el punto de que se pensó en una Raquel, esposa de un Judas o Ivdas que por trasposición se convirtiese en Vidas».
En su opinión, la comprobación histórica de Martín Antolínez, sobrino del Cid y ejecutor de la treta, podía traer nueva luz a las sospechas, pero era uno de los personajes cristianos del poema aún no localizado en documentos.
Gárate abordó la posibilidad de que hubiera un préstamo, empréstito o requisa y que bien pudiera quedar de ello como prenda o recibo uno o dos cofres como seña o recuerdo que justificara la tradición burgalesa. Aunque esa tradición pudo pasar de un arca a otra, confundida o renovada en el tiempo y que la conservada no fuera la auténtica.
«Pudo haber fraude. Pudo ser cierto el timo, aunque no se compruebe», pero en ese caso ¿supondría deshonra para el Cid?, se preguntaba este experto. Gárate Córdoba consideró el asunto desde el punto de vista jurídico y afirmó que no faltaban atenuantes, como la necesidad, la firme intención de devolver con creces o el alto fin que lo impulsaba.
Además, apreciaba eximentes. «Hace tiempo veía yo en el cofreun préstamo sobre el honor. El Cid tenía reconocida palabra de rey», señaló. Según el romancero, las arcas contenían «el oro de su verdad» y otro articulista ilustre, al que no nombró, había tomado el cofre por origen de la letra de cambio, garantía de un empréstito para quienes creían en el Cid.
«El episodio -finalizó el historiador- queda solo en un futurible "pudo ser", donde no hay comprobación histórica del poema ni siquiera prueba arqueológica del arca. Quedémonos con Menéndez Pidal en el límite e lo comprobado y en el cálculo de lo verosímil. No rebajemos la figura del Cid con tópicos literarios de la época y astucias de los árabes nómadas. Un préstamo de los judíos en la glera por medio de Martín Antolínez. Acaso un arca como seña o recibo, garantía o prenda. Es lo más que podemos conceder. El resto es, por ahora, fantasía».
El historiador Gonzalo Martínez Díez señaló en «El Cid histórico» (1999) que el engaño del arca a los judíos Raquel y Vidas «se trata de una inspirada creación literaria». En la Catedral de Burgos actualmente se informa de que el llamado «Cofre del Cid» es «un interesante arcón medieval, del que la tradición testimonia que es aquel que el Cid Campeador dejó como garantía de un préstamo que solicitó a una familia de judíos», pero «en realidad se trata de un arcón-archivo del siglo XIII-XIV para custodiar documentos valiosos del Cabildo catedralicio».