Del maremágnum de la vivienda a la hecatombe de la economía
Leopoldo Bernabeu
La primera gran prueba de la brecha social que se agiganta en España es el problema sobrevenido de la vivienda. No nos hemos querido dar cuenta y ya ocupa el primer puesto de nuestras pesadillas, la clase media está despareciendo. Leer y escuchar sobre esta cuestión en los medios más cercanos, es como adentrarse en dos mundos tan distintos que parece surrealismo en estado puro. Las cada vez más repetidas manifestaciones en defensa de la vivienda tradicional que salpican casi todas las provincias de España, nos hacen ver una situación que se huele y percibe, como el que cree espantar el mal cerrando ojos y oídos. Al abrirlos y comprobar que se vende y se alquila todo, al precio que sea, incluso antes de que se construya, pone los pelos de punta. Te ronda la mente la posibilidad primigenia de verte viviendo bajo un puente abrazado a tu familia.
Los análisis sobre la cuestión se multiplican a la misma velocidad con la que el feriante sortea peluches en una tómbola. Cada cual puede elegir el que más le convenga creerse, pero lo irrebatible es el dato, que no necesita explicación porque es anterior a este maremoto que se avecina, y que además es objetivo: un lustro atrás, antes del inicio de la pandemia del engaño, el problema no existía, todos podíamos alquilar e incluso cambiar de residencia, sin existir el más mínimo problema para comprar una propiedad entre la variada oferta.
Si añadimos que en los últimos cinco años España ha incrementado en 1,3 millones su población censada, incluso menos gente que propiedades se construyen de media en esos mismos años, la explicación al enigma todavía se vuelve más tenebrosa, aunque ya les adelanto que descarto por innecesario acudir a Iker Jiménez para que me desvele el misterio. Es fácil de explicar y más aún de entender. Este marrón, de dimensiones imprevistas todavía por llegar, es la herencia de un virus inventado al que había que sacarle un beneficio que fuera más allá del mero hecho de acojonarnos durante un par de años.
Creímos, cuando vimos la luz al final del túnel, que el gran problema iba a ser la inflación, que también, pero el drama viene en femenino, la vivienda, hija también de esa inflación desmedida, pero aquí nunca corregida. Más no me pregunten, ni vendo suelo, ni materiales, ni construyo casas, ni doy hipotecas. Pero tengo ojos para ver lo que pasa y dedos para teclear mi sensación. No sólo se le ha complicado la vida a cientos de miles de familias en un tiempo demasiado corto, sino que las derivadas son mucho más peligrosas para nuestro inmediato futuro.
Los que todavía pueden seguir pagando sus alquileres es, o bien porque tienen la suerte de contar con caseros que no se han subido a la burbuja de la avaricia, o porque ya utilizan más del 50% de sus ingresos para sostenerlo. Muchos de estos han pasado de vivir en su vivienda a conformarse con una penosa habitación, a veces compartiendo cama y por supuesto, en una casa con bastantes más personas, demasiadas veces desconocidas; los jóvenes se han olvidado de la posibilidad de emanciparse y en muchos casos, han arrojado la toalla del futuro…
Y esta suma de hechos catastróficos, ha conseguido que la pobreza se acelere a cifras nunca conocidas en España, con 19 millones de personas que no llegan a final de mes y se ven obligadas a convertirse en inquiokupas, esa nueva modalidad resultante de permanecer en tu casa de alquiler, ahora sin pagar, simplemente porque ya no te llega. Comer o pagar la renta…
¿Y cuál es la solución?, pónganse a temblar viniendo de quien viene. La imposición de una Ley de Vivienda que ha conseguido el efecto contrario multiplicando la velocidad del problema. La inseguridad jurídica hacia unos propietarios, en su gran mayoría pequeños, que alucinan viendo que tiene más derechos quienes les okupan la casa que ellos mismos, por lo que la desaparición de la oferta de alquiler a largo plazo se ha convertido en la norma. Y es lógico, ¿usted que haría si pudiera? El dueño de ese único piso, que le genera la renta para vivir tranquilo, elige trasladar su producto a ese otro mercado de mayores garantías: el alquiler vacacional. Con más tránsito y mucho mayor beneficio. Lógico.
El gobierno, incapaz de detectar el problema a tiempo y corregirlo, aplica su política atrofiada y perversa, y tarda dos telediarios de la 1 en culpar del problema al sector turístico, demostrando su más absoluta inconsciencia suicida, poniendo a temblar a la principal industria de nuestro país, tan miedosa como el propio dinero. No le vale a nuestro presidente con que hayan venido 100 millones de turistas y se hayan gastado más de 200.000 millones de euros en este 2024…
Como sigamos por este sendero, asustando a quienes nos dan de comer y generan más puestos de trabajo que nadie, el turismo no tardará en cambiar de aires, algo tan sencillo como ver otra página de ofertas, y veremos como lo que hoy es el maremágnum de la vivienda, se convertirá en la hecatombe de la economía.