Seguimos a años luz de ser una sociedad civilizada Leopoldo Bernabeu
Hoy me toca hablar de la guerra. Soy periodista, me pongo delante de un micrófono a diario para producir un programa de información general y nunca huyo de la actualidad. Al contrario, me apasiona. Pero no me apetece hacerlo desde cualquiera de los muchos puntos de vista que invaden a diario la prensa por cielo, tierra y mar. Tampoco creo que aportara ninguna novedad. Al fin y al cabo, soy un humilde plumilla, un juntaletras que os habla y escribe desde Benidorm. Y aquí, el que quiera, sabe tanto de la estúpida guerra como el que está en Varsovia o Madrid. Me apetece mucho en cambio, reflexionar e intentar llegar algún punto conmigo mismo y en voz alta.
Conforme he ido cumpliendo años he ido cambiando. Dicen que se llama evolución. De acuerdo, no voy a discutirlo. Casi debería empezar por decir que el no discutir es una de mis mejores evoluciones, de mis grandes éxitos. No es que me haya vuelto un conformista empedernido, es más sencillo que todo eso, simple y llanamente pienso antes de hablar, otro síntoma de la edad y de esa evolución, y descubro que en un porcentaje elevado de ocasiones, ha sido la opción más inteligente.
Escucho más y mejor, extraigo conclusiones sin precipitación y al final, ves que el haber hecho uso de tu porción de tiempo para poder embarrar el ambiente, no sólo no habría servido de nada, sino que además te has ahorrado el disgusto, por lo que encima sigues feliz y, como novedad, satisfecho. Un gran avance, ¡pruébalo¡. Intentando aplicar estos simples aprendizajes a los que tantos años me ha costado llegar, y a los que añado mi furibunda afición por la lectura, que ha existido siempre a nivel de prensa, pero que ahora se ha extendido de manera empedernida a los libros, es cuando no consigo comprender muchas de las cosas que pasan en el mundo.
De la misma manera que un volcán en La Palma aparcó por dos meses la asfixiante y farragosa información sobre el maldito Covid, es ahora la brutal acción bélica que el nazi de Putin ha iniciado sobre otro país soberano, Ucrania, lo que ha convertido a la pandemia en historia. Déjame que añada que ojalá sea para siempre, pero déjame que no tenga claro de que es preferible hablar. En cualquier caso, esto es sólo el inicio de una reflexión, una manera de romper el hielo. Y sin ánimo de entorpecer nada antes de que nazca, no me resisto a añadir que ambas cosas, de naturaleza diametralmente opuesta, tienen una raíz parecida. El ansia de algunos por controlar a todos los demás. Seguimos sin saber donde y porque nace el Covid pero, al igual que la invasión de Ucrania por Rusia, el objetivo es terminar dominando, de una u otra manera, a los demás. El ansía de control de una población a la que se le presupone que el devenir de los tiempos y el crecimiento social y tecnológico, debería haberle derivado en una mejor y mayor capacidad de discernir que es correcto y que no lo es. Seguimos a años luz.
Y no es normal, nada normal, que en pleno siglo XXI sigamos viendo como los seres humanos se matan entre sí con armas de fuego. Cuando veo las imágenes de los ataques, los cadáveres quemados y fusilados, creo sinceramente estar viendo una película de guerra. Pero no es ciencia ficción, es realidad. Es una auténtica locura, una derrota de la sociedad civil, un retroceso brutal a los años del medievo y de los imperios griego, romano y egipcio, en los que matarse entre sí formaba parte del día a día, eran el sentido de la vida misma.
¿Para qué nos ha servido entonces el progreso?, ¿para qué tanto esfuerzo por parte de nuestras anteriores generaciones para dotarnos de una vida más civilizada?. Me es harto complicado escribir primero y leeros después las mil reflexiones que a la misma vez invaden mi cerebro antes de sacarlas al exterior e intentar ordenarlas. No soy capaz de meterme en el cerebro, en el pensamiento de personas que, como Putin ahora, pero también otros dictadores repartidos por el mapa mundial, disfrutan haciendo el mal. No lo digo siquiera en plan victimista, sino con pena. ¿Creen estos sátrapas que ellos no van a morir nunca?, ¿no se dan cuenta o no han tenido oportunidad de disfrutar de los sencillos placeres que te da la vida?, ¿qué falla en su cabeza?, ¿te transforma por completo el exceso de dinero y poder?.
Durante muchos años de mi vida he pretendido formar parte de esos círculos. He dirigido un gran grupo mediático con varios millones de facturación anual y he llegado a ser concejal de mi ayuntamiento. Hasta ahí mis éxitos, que no son pocos ni están nada mal. Pero cuanto me alegro hoy de poder decir que ninguno de mis logros siguió creciendo hasta el punto de no retorno, enfermedad mental que aprisiona a los personajes fruto de mi reflexión.
Hoy soy el tipo más feliz del mundo pudiendo hacer mi trabajo diario, teniendo tiempo para ver a mi padre, mis hijos y estar con mi pareja, poder leer un libro detrás de otro, caminar dos horas cada día mientras escucho la radio y disfrutar con mis viajes en Autocaravana o pensando en cuando va a ser el siguiente. Feliz no es la palabra exacta, está muy por encima de ella. Satisfecho, pleno… no sé, aplica la que quieras.
Dicho todo esto, espero no haberte cansado, mi objetivo era intentar entender, hablar alto, escucharme a mi mismo, expresar lo que me pasa y lo que siento, y querer con ello ayudar, poner mi granito de arena e intentar comprender que pasa por las neuronas de estos personajes que disfrutan haciendo el mal a los demás.
Creo que seguiré sin entenderlo.
Leopoldo Bernabeu