Billy no era un niño Esmeralda Marugán

Esmeralda Marugán

Billy no era un niño, no creo ni que naciera siéndolo, por mucho que otros superiores le dieran órdenes, o la sociedad le corrompiera. Le ocurría lo que a mí, pero lo de él a muerte... 

A mí me apasiona tanto mi profesión que, en algunas etapas de mi vida, lo trabajoso era encontrarlo, y mantenerlo. Además, a mí me da salud, y soy de trabajar también en la enfermedad, así hasta le doy la razón a una de las pintadas de los 90 que aún vemos en los muros grises de algunos barrios. 

No diré que en lo mío, es decir: el periodismo, todos estemos a salvo. Siempre hay "más papistas que el Papa".  Sólo hay que leer algunos titulares de la prensa, o escuchar y ver - el insulto- como si descubrieran un estilo periodístico. Como poca carne, y tengo claro que ninguna de perro, ni de colega. 

Tampoco niego que las teorías de Rousseau puedan darnos esperanza. De ser así, tal vez no nacieran nunca los ¨Billys¨, ni aquellos otros que permitieron sus condecoraciones, y los que le galardonaron. Él hizo de su capa un sayo violento, descabellado, inhumano, despiadado, cruel a límites que no parecen posibles de unos semejantes a otros. Amaba tanto su trabajo violento, que es muy poco probable que amase alguna vez. 

A ella, a una de mis referentes feministas, y amiga, la torturó sin pudor, con saña y alevosía. Rabia incontrolada, indecencia humana, rencor, y odio. No fue Lidia Falcón la única, lo sé, y un día como ayer me hubiera gustado mencionar a cada una de ellas. No son números, numerosas sí.

 Hoy, deseo compartir sentido común, y hasta el del humor, pero creo que aún nuestro país tiene muchas lágrimas pendientes de llorar en nombre de todas las violencias, de todos los muertos y las muertas. Y ahora también de aquellos/as a los que el Covid 19 ha dejado sin abuelos, abuelas, hermanos, hermanas, padres, madres, e incluso sin hijos e hijas. Porque también les ataca a ellos.

Atacar la indiferencia, el ojo por ojo, el terror por el terror, es mi sueño. Desearía ser buena en el sentido de la palabra "bueno" que escribía Antonio Machado. Y os confieso que conscientemente no soy lo contrario, ni de zancadas ni zancadillas, pero deseo fervientemente quitar la otra mejilla a los que sí, a esos Billys que el patriarcado alimenta, incluso sin tener tetas y opción de amamantar. 

A mis hijos lo hice, pero no tanto tiempo como mi hija a la suya, y lo lamento. En mi generación nos empeñábamos tanto en no ser nuestras madres, que algo nos hemos perdido, y en muchas ocasiones por hacer del trabajo la vida. 

Ganarle la partida a este virus del corona es cuestión de todos y de todas. Y no basta con desearlo, ni con aplausos, y mucho menos con caceroladas de cara a los otros. 

De culo va nuestra economía, las empresas, empresarios/as, profesionales autónomos/as, incluso los falsos y falsas (autónomas) como yo, y por supuesto trabajadores/as, empleados/as, todos y todas de bien, lo estamos pasando mal, y ojalá que no paguen justos por pecadores, que no aprovechen los ERTES para que - ¨a río revuelto, sea ganancia de pescadores¨-. Y quienes sí puedan trabajar lo hagan, ocupen la responsabilidad que ocupen.

 El dinero, por poco que me guste, lo necesito. Y si les beneficia solo a unos pocos, nos va a faltar a todos, a todas. 

Leyéndome me veo muy refranera, posiblemente demasiada nostalgia castellana, pero es real.  Y no me queda otra que dedicárselo a mi hijo Alberto. Era uno de nuestros juegos cuando él era pequeño, los empezará él o yo...

¡Qué exista el juicio final!, ¡Qué se juzgue la violencia sin venda! ¡Eso es cosa de la tierra!