¡Señores del bien, váyanse al carajo!
Leopoldo Bernabeu
Lo dije y no era ni un invento ni un reclamo de melancolía a rebufo de la comprensión lectora. El universo perdió otra gran oportunidad para reivindicarse el pasado día 10. Sería bueno no engañarse más, no sólo fueron los venezolanos los que vieron cómo se hundía su autoestima y la guadaña desgarraba el escaso amor propio y dignidad que todavía acumulaban, éramos todos. Repartidos por cualquier lugar del planeta, castigados en igual medida por la contumacia de unas redes que nos permiten estar comunicados para lo bueno y lo desagradable, volvimos a creer y nos volvieron a defraudar. El mal trabaja y se organiza con mucha más eficacia que el bien.
Le pedí a los Reyes Magos que se quedaran unos días de vigilia en la tierra de nuestros hermanos y obraran el milagro. Fue en vano porque al despertar reviví la misma sensación que siente el niño que, de repente, se ha hecho adulto y descubre la verdad. El mal se había impuesto al bien. Y aunque sigue habiendo heroínas que están por encima de esa media entre la que me encuentro, reconozco que durante días soñé con el mismo entusiasmo que lo hacemos cuando al cerrar los ojos vislumbramos el escenario de la victoria. El milagro podría obrarse. No fue así.
María Corina Machado salió a las calles como siempre prometió, pero Edmundo y todos los demás ex presidentes que habían prometido llegar, nunca lo hicieron. Y quizás no fuese culpa de ellos, o en parte sí, por hacer creer lo que sabían que no podría ser. Todos los que, teniendo poder en el mundo, sólo se limitan al folclore de las buenas palabras, siempre bajo palio y pisando moqueta, son igual de cobardes y culpables. El mal no entiende de buenas acciones y el bien ha de comprender, más pronto que tarde, que no es un castigo activar soluciones que no siempre sean plácidas. EEUU, La Unión Europea y todos los demás países que habían mostrado su apoyo a la victoria democrática de Edmundo González Urrutia, hoy son peores países que lo eran antes del día 10, toda su fuerza se les fue por la boca. Quien no defiende una conquista social con todas sus capacidades, se convierte en cómplice del resultado final.
No sé de dónde saca las fuerzas esa mujer, pero el resto de mortales no nos la merecemos. Representa valores de otras épocas más templarias y gloriosas, caducadas en la metamorfosis de una era que pierda su fuerza en la palabra y sigue creyendo que la burocracia es la mejor herramienta para combatir el mal, cuando resulta evidente que su fuerza se diluye con la velocidad del gas al descorcharse. Ver al dictador reírse del bien y recibir el aplauso de quienes untados de fango aplauden su escoria, es la victoria de la indecencia.
De poco sirven argumentos que versan sobre paciencia y compromiso para buscar mejores momentos y esperar a la victoria definitiva. Díganselo a los familiares de aquellos que emprendieron la lucha en una avanzadilla sin escudos convencidos de una fortaleza en la retaguardia que nunca llegó. Díganselo a las madres, las mujeres y los hijos de los muertos y los presos en las cárceles de estos narcotraficantes, o a los más de ocho millones de venezolanos que han tenido que dejarlo todo porque nadie, en ese lejano mundo del bien, el que al parecer sólo existe en las fantasías y en las plácidas comodidades, se limitó a prometerles lo que sabían que nunca cumplirían. Váyanse al carajo.