Mujeres machistas dais vergüenza
Iluminación en morado de la fachada del Palacio de Navarra con motivo del 25N Día Internacional de Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres
Me fui a pasar el fin de semana a Madrid. Llevaba un buen tocho de documentación para repasarme el juicio que tengo hoy lunes y el deseo de no distraerme hasta llegar a Chamartín, pero enganché la hebra con mi vecino de asiento, y nos sumergimos en una ágil conversación hasta llegar a nuestro destino. Era abogado de una ONG que ayuda a los refugiados. Nos dio tiempo a hacer un buen repaso hasta de la “Ley del sólo sí es sí” y le expuse mi punto de vista, lo naífs, a la par que peligrosos, que me resultan algunos discursos políticos, que pueden confundir a las jóvenes pese a su intención positiva. Me parece crucial recordar todo ello en la semana que se ha celebrado, como cada año, el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Que las mujeres tengamos derecho a sentirnos libres y seguras en todo momento no excluye el que nos cuidemos de nosotras mismas. En muchos casos nos va la vida en ello. Lo de que tengamos derecho a volver a nuestras casas de madrugada, solas y borrachas, es un bonito propósito, pero una utopía que puede resultar muy peligrosa para quienes se lo tomen al pie de la letra. Ojalá llegue el día en que esta fecha pase inadvertida en el calendario y no sea necesaria la conmemoración.
La semana pasada tuvimos dos casos más que añadir a la triste lista de violencia sobre la mujer, el asesinato de un niño de dos años a manos de la pareja de su madre y el de una chica de solo quince años por su exnovio. ¿Hasta cuándo van a seguir pasando estas cosas, que parecen de otra época? ¿Qué más necesitamos que pase para que todo cambie?
Yo también me he visto, como mujer, envuelta en episodios complicados en los que he sentido miedo, pero la suerte me ha sonreído hasta la fecha. Por fuerza, por determinación, o simplemente, como digo, por suerte, he conseguido evitar sufrir daños severos a manos de varios tipos. Me libré de aquel asaltante del Parque del Oeste que, a plena luz del día, me dejó tirada en plena calle, con él encima; que únicamente me quedara un esguince de tobillo, como resultado de la agresión, me pareció un daño menor en esas circunstancias. Y, por cierto, la policía me regañó por defenderme. Me libré del loco que, sin más ni más, me asestó un puñetazo en el deltoides izquierdo un viernes que salía de casa para reunirme con mis amigos. Me libré del repugnante taxista que, mientras me llevaba a casa una noche, me propuso que me dedicara a la prostitución para ganarme un dinero. Me libré de los dos jóvenes que hace poco, subiendo la cuesta de mi casa en moto mientras yo salía a tirar la basura una noche, al pasar a mi lado empezaron a frenar. Me libré de todo ello, pero, mientras escribo, el pulso se me acelera y siento el miedo palpitando en mis sienes.
No son micromachismos, como algunos pretenden llamarlos, en un intento de aligerar su gravedad
Me libré en todas estas ocasiones, sí, pero, al margen de esto, nadie sale indemne de determinados ataques personales y yo no he sido una excepción. A veces hacen más daño las palabras de tu pareja que un puñetazo mal dado. Que el hombre con el que convives hable de ti a tus espaldas de los kilos que, según él, te sobran -obviamente, sin mirarse antes al espejo-; que te dedique epítetos vejatorios disfrazados de bromas graciosas -que no tienen ni puta gracia-; que persiga a otras mujeres y vacile de ligón, incluso en tu presencia; que encadene una amante con otra, por no tener el coraje de afrontar que ya no te quiere y poder así mantener el chiringuito de un matrimonio que está irremediablemente roto, como diría la sabia Doctora Polo; que no acepte la ruptura y te acose telefónicamente cuando le digas que hasta aquí hemos llegado; que te controle y quiera saber adónde vas y con quién has quedado, o te monte un follón cuando salgas con tus amigas; o que te difame por no ser capaz de reconocer que es un mierda y que por eso te ha perdido. Todos estos son ejemplos de agresiones machistas heteropatriarcales y de comportamientos vejatorios hacia las mujeres, que hemos de erradicar de una santísima vez. No son micromachismos, como algunos pretenden llamarlos, en un intento de aligerar su gravedad. Son comportamientos machistas, a secas, que hacen muchísimo daño y nos denigran a las mujeres. Hemos de conseguir educar a los niños y jóvenes de ambos sexos para que aprendan a tratarnos a las mujeres con el debido respeto y consideración, como nos merecemos.
Visto todo esto, ¿qué nos sucede? ¿Por qué toleramos estas situaciones? Las relaciones se van tejiendo como un copo de lana y es necesario sentar bien las bases y estar alertas, para responder con contundencia al menor asomo de situación machista o denigrante. No hay que dejarse pisar. Si te quiere controlar, no es amor. Si te quiere someter, no es amor. Si disfruta rebajándote, no es amor. Hay que evitar ser la rana cocida de esa olla podrida, en la que se pretende anular a la mujer y someterla al varón, sus deseos, caprichos y necesidades.
Lamentablemente algunas mujeres participan de esta peste y hasta les ríen las gracias a los machirulos casposos, ignorantes de la corresponsabilidad que tienen de que sigamos como estamos, sin avanzar hacia una sociedad verdaderamente igualitaria. Hacéroslo mirar. Dais vergüenza.