La queja de la secuestrada por la vampira del Raval, medio siglo después del horror

Habían pasado más de 50 años, pero ni en cincuenta vidas podría Teresa Guitart olvidar aquellos traumáticos días de 1912 que pasó secuestrada por Enriqueta Martí, «la vampira del Raval», en una miserable casa de la calle Poniente de Barcelona. Por eso, cuando en 1966 vio en un reportaje de «Blanco y Negro» una imagen de su familia y leyó las líneas que la acompañaban, revivió el horror que fue -y del que afortunadamente se salvó- y decidió enviar una carta al director de ABC.

«Señor director: En su número semanal número 2.842 del 22 de octubre del corriente de su magnífica revista he visto con gran ilusión una fotografía de mis queridos padres y hermano junto con la que escribe estas líneas, Teresa Guitart, que después de diecisiete días de haber estado secuestrada por la tristemente célebre Enriqueta Martí, fui libertada», escribió aludiendo a las «Memorias gráficas de 'Blanco y Negro'» que firmaba Antonio Díaz-Cañabate.

Este reputado periodista y escritor había seleccionado cinco significativas imágenes de 1912, entre ellas una que tomó el fotógrafo José Arija tras el feliz rescate de la pequeña de 5 años. «Esta niña secuestrada en Barcelona dio mucho que hablar a los periódicos», relataba Díaz-Cañabate, recordando el interés que despertó en toda España el caso de la secuestradora de niños.

Desde que Teresa se soltara de la mano de su madre y desapareciera el 10 de febrero, corrían en Barcelona rumores sobre raptos y asesinatos de niños que habían ocasionado algunos alborotos al sospecharse de ciertas personas. La misteriosa desaparición de la niña corría de boca en boca en la ciudad condal y en ella pensó Claudina Elías tras ver en el balcón de la casa de Enriqueta Martí a una niña a quien no conocía. En un primer momento no hizo caso, pero como aquella noche y al día siguiente la oyó llorar, aprovechó la primera oportunidad que se le presentó de hablar con su extraña vecina para preguntarle quién era aquella niña.

La mujer, de 40 años, vivía con su anciano padre de 80 años y una pequeña de cinco y llevaba una vida muy sospechosa para la vecindad ya que no se trataba con nadie, salía muy poco de casa y cuando lo hacía, o salía casi haraposa, o relativamente elegante.

La reacción de Enriqueta que, desconcertada por la pregunta, se limitó a negar en redondo que hubiera en la casa otra niña que no fuera la suya, alimentó las sospechas de Claudina. Ante la duda, la vecina acudió a contárselo todo a José Arens, un guardia municipal amigo suyo.

Con la excusa de realizar una inspección sanitaria, el guardia se presentó en la casa de Enriqueta y tras darse cuenta de que todos los balcones y ventanas tenían los postigos cerrados, encontró en una de las habitaciones a Teresa, con el pelo rapado y sus ropas sucias y destrozadas.

Enriqueta le aseguró a Arens que la niña era hija suya «pero la chiquilla le salió al paso, desmintiéndola, echándose a llorar y diciendo que se quería ir con su madre», según refirió ABC el 28 de febrero de 1912.

La pequeña contaría después que Enriqueta la cogió y se la llevó a la casa, donde no le daban de comer más que patatas guisadas, le pegaban cuando llamaba a su madre y no le dejaban salir al balcón.

«Era una niña muy triste. Más triste que yo... Jugábamos poco», dijo de ella Angelita, la otra niña que vivía en aquella casa y a la que Enriqueta hacía pasar por su hija.

«Es muy posible que Teresita Guitart viva»

Algunos de esos detalles destacó Díaz-Cañabate en el escueto resumen que redactó de los hechos en 1966. «Es muy posible que Teresita Guitart viva. Lo celebraría mucho», subrayó el escritor, que también contemplaba la posibilidad de que viera su foto infantil y leyera esas líneas, pero «lo que no es tan fácil es que se acuerde de los detalles de su secuestro» porque «es todo un folletín que siento no poder relatar porque ya es sabido que los folletines son muy extensos y complicados».

No se equivocaba Díaz-Cañabate. No en todo. Porque Teresa sí estaba viva y leyó con interés aquel número del «Blanco y Negro». Se alegró de ver aquella fotografía en la que aparecía «con esa cosa en la cabeza porque le cortaron el pelo al rape», pero su alegría se tornó en disgusto al leer la referencia a su rapto.

Sí recordaba. Al menos lo suficiente como para precisar al escritor que fueron 17 los días que pasó secuestrada y no ocho como él señalaba y, sobre todo, para defender la memoria de Claudina Elías, a quien el redactor había calificado de «cotorra».

«No he encontrado tampoco apropiada la frase de que "fuese con el cuento a la Policía", cuando dicha señora cumplió con su deber y gracias a la cual se debió mi salvación», subrayó en su carta antes de pedir una rectificación por dichas palabras «por no ser la susodicha señora merecedora de ellas».

Claudina Elías había fallecido ya, pero Teresa no quiso que nadie mancillara su nombre, aunque fuera en un tono distendido como el que usaba Díaz-Cañabate. Después de tantos años alejada de los focos, se volvió a asomar a las páginas de un periódico para mostrar públicamente su afecto hacia la mujer que reveló su paradero.

«Si bien ya no existe, en mi memoria estará siempre su recuerdo y agradecimiento», escribió.

¿Qué habría sido de ella si Claudina no hubiera acudido a la Policía? Teresa debió de estremecerse de miedo cada vez que este pensamiento acudía a su mente. En casas donde había vivido Enriqueta Martí se hallaron huesos de niños, un cráneo, mechones de cabello y otros restos que llevaron a pensar que aquella perversa criminal, medio demente y crédula en brujerías, mataba a niños para elaborar ungüentos con su sangre y sus grasas.

«Es un caso inaudito, monstruoso, del que se hablará durante muchos años con estupor. Enriqueta Martí ha de tener leyenda», afirmó con acierto en una de sus crónicas el periodista Luis Antón del Olmet. Murió en la cárcel antes de ser juzgada, el 12 de mayo de 1913, sin que se llegaran a resolver esos extraños crímenes de los que nunca se confesó autora. Como señaló ABC al informar de su fallecimiento, se llevó a la tumba «el secreto de sus acciones, acaso de tenebrosos e inverosímiles asesinatos, que la justicia humana no ha podido descubrir».