La Posada del Cuervo y la Momia del Chantre, pasajes de un viaje lleno de misterio.
La aventura avanza despacio y me señala senderos inesperados. Por mi parte, encantado. Es otro de los capítulos que me salté en mi juventud. Saborear las cosas conforme se proponen sin diseño previo. Y es que, al cumplir los tres primeros días de esta misteriosa semana de aventuras por el norte de Burgos, apenas he recorrido algunos escenarios de las subrayadas apariciones, los embrujos, los asesinatos y las múltiples incertidumbres con las que, durante las últimas semanas, he soñado disfrutar.
Después de mi deambular por los solitarios caminos que desde Imíruri me llevaron a un añorado Ochate castigado por el tiempo y las leyendas, la noche me demostró que no había errado al cargar tres edredones y mucha ropa de abrigo. El amanecer, rodeado de tan sólo cuatro antiguos caserones además de mucha pradera y montes en lontananza, me deparaba sorpresas en busca de los senderos hacia el puerto de Vitoria, puerta de entrada al País vasco desde el Condado de Treviño. Tres horas de intermitentes subidas y bajadas, con la cara cortada por el helado viento acompañado de una siempre misteriosa niebla, me recordó que podía estar en un cuento de hadas al pasar, como un minúsculo ser al que la soledad fortalece, por los bosques de gigantes hayedos de ramas vacías que disimulaban el trazado de los caminos con sus infinitas hojas ya caídas, al tiempo que los caballos salvajes, inocentes e inofensivos, ponían en guardia el alma urbana de este ignorante al caminar entre ellos. Cuanto nos queda por aprender y cuanto el tiempo perdido…
Tras esa maravilla, una ducha calentita en Autocaravana Vivir y tras haber saboreado un rico trozo de pan con aceite y jamón, rumbo hacia la cercana Vitoria, que era lo que más me apetecía. Por fin iba a poder conocer a uno de mis héroes, al culpable, sin él saberlo, de haberme salvado en decenas de noches de las pesadillas que el silencio me produjo durante mi maldita etapa política. Descubrir su enigmático y embriagador podcast, me permitió rellenar de sentido esas noches y dormir como un bebé lo hace en su cuna.
Allí estaba Adrián, quien junto a su gemelo de ondas Endika, fabrican cada luna llena los mejores capítulos de misterio de la radio española bajo el nombre de “La Posada del Cuervo”. No me atreví a darle las gracias como merecía y me sorprendió su cercanía al regalarme la camiseta del programa que vestiré encantado. Emprendí el rumbo deseando volver a escuchar el programa que en estos días están preparando y dándole las gracias, ahora sí, por su último podcast, ese que hace referencia a todo cuanto se sumerge en el poderoso libro de Juan José López, “Burgos Misterioso”, verdadero culpable de este vertiginoso viaje con Autocaravana Vivir. Recuerda que viajar es algo que también tiene que estar diseñado para que el disfrute sea, además de un objetivo, una realidad.
El cielo seguía gris y la lluvia amenazaba con su presencia, pero Miranda del Ebro estaba cerca y “La Momia del Chantre” era otro de esos pasajes que me apetecía descubrir con mis propios ojos. Los piropos de la humildad hacían acto de presencia y el propio escritor me recibió con los brazos abiertos, a pesar de que nuestra cita era dos días después en Covarrubias. La sorpresa fue mayúscula cuando me confirmó que el párroco de Santa María de Altamira nos abriría las puertas de la iglesia para poder conocer a Pascual Martínez “El Chantre”, el eclesiástico cuyo cuerpo yacente es incorrupto desde hace 670 años. El pétreo sepulcro bajo el coro de la iglesia se iluminaba y mis ojos no daban crédito. La leyenda dice que le siguen creciendo el pelo y las uñas, la realidad la tenía delante de mí y es la perfección de una momia que no envejece, permaneciendo no sólo completa e intacta, sino flexible, tal como demuestran las fotos de cuando, sorpréndete, todavía la sacaban a pasear para dar miedo a los chavales a mitad del siglo pasado. La pude tocar y la sensación queda para mí.
La noche se había echado encima y no era plan, frío y niebla incluidos, de reiniciar viaje en busca de nuevos episodios de misterio. La edad también avanza en mí y las prisas son algo ya superado. Y tal como apunta el refranero español, no hay mal que por bien no venga. Tras un buen madrugón que me permitió finalizar por completo el libro antes de disfrutar de una preciosa ruta de dos horas junto a las laderas del río Ebro que lo bordean a su paso por Miranda, la nueva sorpresa vino al comprobar que, en el estadio de fútbol de Anduva, se jugaba un partido amistoso entre el Athetic de Bilbao y el Valladolid. Y aunque no es el fútbol mi principal pasión, un partido de primera división a escasos cien metros de la Autocaravana y por un módico precio, era la mejor oportunidad para dar cuenta de unas buenas pipas y tener argumento para entrar en directo en el programa Aire Fresco Deportivo, cuando mi compañero Joan Cintas lo decida.
El enigmático recorrido que separa Miranda de Castrobarto, donde ahora me encuentro, te escribo y voy a pasar la noche, es ya de por sí merecedor de un capítulo aparte. Se cuentan por decenas la cantidad de increíbles rapaces las que se han cruzado en mi camino, permitiendo el disfrute de la baja velocidad y la soledad de la ruta. Si a eso añadimos la niebla que avanza sobre las laderas de las montañas que van bordeando el camino, la sensación que se describe es la que sueñas encontrarte antes de iniciar cualquier aventura.
Mañana será el momento de atreverme a caminar en busca de las ruinas del despoblado de Muga, lugar donde hace ahora 95 años se cometió un atroz crimen, en el que un enloquecido padre mató a casi toda su familia, y supuso el origen del final de un pueblo convertido en unas ruinas de las que nadie quiere acordarse, hasta el punto de que no hay señal alguna que hasta ellas me conduzcan. A 18 kilómetros de aquí se encuentra Espinosa de los Monteros, lugar donde Amalia Baranda “la Enferma de Montecillo” pasó 22 años postrada en una cama sin comer ni beber, y también sin morir, sin que nadie encontrara una explicación. Pera esa es otra historia.