El juicio por la dana y los vigías de Midway
La sangre de los vigías japoneses se heló cuando vieron aparecer por el horizonte a los aviones americanos. Sabían que era el peor momento posible para que llegara su enemigo: las cubiertas de los portaaviones estaban repletas de aeronaves recién cargadas con bombas para un inminente ataque. Los vigías eran conscientes de que cualquier aviso a sus superiores ya sería inútil. Instantes después, los bombardeos estadounidenses atacaban a placer a unos barcos prácticamente indefensos, provocando el hundimiento de muchos de ellos.
Esto ocurría cerca de las islas Midway, en plena Segunda Guerra Mundial, y fue la batalla que cambió el rumbo del conflicto en el Pacífico. Japón perdió no solo la iniciativa militar, sino también a muchos de sus mejores pilotos y navíos. El almirante estadounidense Nimitz lo presentó como una gran victoria que demostraba la superioridad de su armada, pero la realidad es que la batalla de Midway se ganó gracias a los sistemas de radiovigilancia. Mientras los americanos conocían la localización de la flota japonesa, los nipones lo ignoraban todo sobre su enemigo.
La detección temprana de los problemas es, probablemente, la mejor forma de solucionarlos. Por eso me ha sorprendido la escasa atención que se ha prestado en el juicio por la DANA a la —presuntamente negligente— actuación de la Confederación Hidrográfica del Júcar, por su falta de diligencia a la hora de avisar sobre la crecida del barranco del Poyo, causante de la tragedia.
En este mismo diario escribí recientemente que confiaba poco en las comisiones creadas por distintos organismos para esclarecer causas y responsabilidades del desastre. Pero, curiosamente, cuando parece que los senadores del Partido Popular están menos entusiasmados con la que ellos mismos organizaron en el Senado, la comparecencia de una técnica de la Confederación ha llevado a que la jueza de Catarroja que instruye el caso la cite a declarar como testigo.
Ahora sabemos que, mientras en la mañana del 29 de octubre trabajaban de forma presencial nueve técnicos en la Confederación, por la tarde solo había tres, además de otros tres en teletrabajo. Ignoramos el seguimiento del teletrabajo de los trabajadores ese día, pero lo que verdaderamente sorprende es que, pese a las múltiples alertas de AEMET sobre lluvias torrenciales, la Confederación no modificara la jornada ni la dedicación del personal para ese día crítico.
Para la izquierda, ante los avisos de AEMET, todos los organismos dependientes de la Generalitat debían estar plenamente enfocados en los posibles desbordamientos, y estar ilocalizable ese día era un pecado mortal. Pero si se trata de un organismo dependiente del ministerio socialista, el nivel de exigencia parece ser distinto. A ello se suma que, mientras la cuenca del Ebro cuenta con un moderno y extenso sistema de sensores, los instalados por el ministerio socialista en nuestra comunidad parecen salidos de un bazar de «todo a cien»: muchos no funcionaban o estaban en pruebas. La excusa peregrina de que había información de los cauces en la web es como si los responsables de la alarma de tu casa te dijeran que tienes que estar mirando continuamente la app para comprobar si te están robando u ocupando la vivienda.
En Midway, los japoneses habían planificado todo… excepto cómo detectar tempranamente a la flota enemiga. Cometieron errores básicos en esa tarea, agravados por la avería del hidroavión encargado de rastrear justo la zona por donde se acercaban los americanos. De forma similar, en nuestro caso, hemos sabido que los bomberos forestales decidieron abandonar la zona del Poyo «porque tenían hambre».
Probablemente, la mayor crítica que se puede hacer a los investigados en esta causa —los excargos populares Salomé Pradas y Emilio Argüeso— es la escasa preparación previa de todo su equipo ante unos temporales previsibles. Parece evidente que no estaban preparados para los puestos que ocupaban, lo cual hay que atribuírselo a quien los nombró. Pero tanto a Pradas como a Argüeso, ese día, tal vez se les pueda achacar una culpa similar a la de los vigías japoneses que vieron llegar al enemigo… y ya no pudieron hacer nada.