Cuesta abajo y sin frenos
Vivimos tiempos tan convulsos que lo que hoy es noticia mañana no interesa a nadie. Da la sensación de que el congreso del PSOE de hace poco más de una semana, en el que las corrientes discrepantes han brillado por su ausencia, -los despacharon con un mero “lo tendremos en cuenta, compañeros”, que es como decir nos importa un pepino vuestra opinión - solo ha servido para revalidar la corona de laurel del césar y que salga súper vitaminado y mineralizado, como decía Súper Ratón. Lo bueno del término compañero es que puede ser tanto el del alma, como diría Miguel Hernández, como la muletilla de uso cortés para no llamar al aludido imbécil a la cara. Los que disienten lo tienen que hacer fuera del estrado del congreso, o bien en bajito, para que no se sepa. Y es que no hay como un congreso afín para hacer exhibición de poderío y dejar claro a todo el mundo quién manda aquí.
Así las cosas, a pesar de que sobre el PSOE pesen varias sombras de corrupción - ¿otra vez? -, el liderazgo potente de Sánchez, su fachada impecable e implacable, aunque llueva o truene, contrasta con el débil liderazgo de Núñez Feijóo. Del líder -por decir algo- gallego se esperaba que tuviera más tirón, más capacidad de dirigir una oposición firme, destinada a ganar las próximas elecciones generales, pero se ve que no puede, no sabe o no tiene fuelle. Debería haberse quedado en su Galicia natal, donde le iba de maravilla. Claro está que la desastroasa gestión en la crisis de la DANA por parte del presidente valenciano tampoco está siendo de mucha ayuda precisamente. Argumentos no le faltan para hacer una buena oposición, entre otros, los numerosos casos judiciales que cercan a varios miembros del Gobierno central, así como a la amadísima esposa, -la mujer de la cátedra, sin tener estudios superiores -, y al hermanísimo del presidente -el músico sin batuta, porque para qué se la iba a llevar para dirigir, si ir, lo que se dice ir, según parece no iba. Da la impresión de que esta familia no conozca el viejo proverbio de Cicerón, de que la mujer del césar no solo ha de ser honrada, sino también parecerlo. Cierto es que ambas causas, la de la esposa y la del hermano del presidente, están sub iudice, así como aquéllas a las que la verborrea pertinaz de Aldama está dando lugar, es decir, pendientes de resolución judicial.
A pesar del ruido mediático y del follón de las acusaciones populares multitudinarias, quiero ver con mis ojitos qué resulta de estos procedimientos. Pueden quedarse en agua de borrajas, que no sería la primera ni la última vez que ocurriera una cosa semejante en esta España nuestra. Y tal resultado se puede dar por múltiples motivos; el primero, porque los hechos denunciados no sean constitutivos de delito en sí. Por mucho que algo nos chirríe, ni toda infracción del ordenamiento jurídico, ni todo comportamiento que moral o socialmente nos resulte reprobable tiene por qué ser delictivo. Para que exista delito los hechos han de encajar en algún tipo descrito en el Código Penal. Si esto no fuera así nos convertiríamos en un país de pitorreo. Esta es una de nuestras grandes conquistas constitucionales, el principio de legalidad, que garantiza la seguridad jurídica e impide la arbitrariedad. La arbitrariedad consiste en el ejercicio del poder sin sometimiento a unas reglas del juego o normas que sean conocidas por todos. Es una de las formas de distinguir los Estados democráticos de los que no lo son, que nada ni nadie ha de estar por encima de la Ley.
Y suma y sigue, porque el mundo está como un polvorín, y si no, miren lo de Siria de ayer, da mucho miedo toda esta escalada de violencia
Miren, por cierto, cómo en Estados Unidos, el país que creíamos el crisol de la democracia mundial, el presidente Biden se ha marchado dejando una vergonzante última resolución, por la que ha indultado a su hijo de varios delitos, bajo el argumento de que fue encausado por ser precisamente su hijo, y justificando por qué contradecía la promesa que había hecho previamente de no indultarle. Yo a esto lo llamaría nepotismo. Aunque el indulto estuviera en su mano, cualquier persona que se vista por los pies le levanta el vello de la nuca una acción así. No ha estado bonito. Con esta decisión Biden le ha dado munición a Trump, nunca mejor dicho. Y suma y sigue, porque el mundo está como un polvorín, y si no, miren lo de Siria de ayer, da mucho miedo toda esta escalada de violencia.
Volviendo del nepotismo americano a lo que quiera que sea esto de la familia de Sánchez, -y no seré yo quien los prejuzgue, que soy jurista y creo firmemente en la presunción de inocencia-, una cosa es el trasfondo jurídico de los procedimientos judiciales en los que están involucrados y otra muy distinta la ética y la estética. Y todo esto bonito, lo que se dice bonito, no es. Insisto, hay que leer y entender más a Cicerón. Falta mucha cultura y se nos nota.
Claro que con las dichosas Navidades, que están a la vuelta de la esquina -ya saben, los que me conocen, que despiertan en mí una mezcla de amor y odio a partes iguales-, a nosotros, los españoles, dentro de unos días nos la repampinfla todo. Ni Sánchez, ni Alepo, ni Trump ni nada. Viene el gran acontecimiento de la lotería del gordo, luego el fun-fun-fun, y el ponerse ciegos, o seguir poniéndose, que dudo que a estas alturas del año no vayan ya todos rodando cuesta abajo con las numerosas comilonas prenavideñas. Venga, que tenemos que reunirnos todo lo que no hemos hecho durante el año, exaltación de la amistad, a aguantar al cuñado y a la suegra, la que da las uvas en pelotas y folleu, folleu, que el món s’acaba. Madre mía, qué disparate de país.