CARTA DEL PRESIDENTE. 2.3 millones de ‘homeless’: ¿el precio de la corrupción?
Por Alfonso Merlos, Presidente del Grupo "El Mundo Financiero"
El hecho es que la cifra asciende a 2.3 millones. Son las personas que se encuentran sin hogar en la España del progreso, lo que significa un aumento del 55% del número personas que, exactamente, “residen en recursos de habitabilidad”. Esto, en la España guay en la que una vicepresidenta comunista, una incompetente motivada, ha cambiado los cuatro trapos con los que se vestía por un armario de firmas y diseñadores franceses.
Entre esos ‘homeless’ hay un porcentaje elevadísimo de nacidos en nuestro país. Pero otro tanto de inmigrantes que se han ganado honradamente la vida durante años y ahora han quedado tirados en la cuneta, viendo de manera sangrante como individuos que cruzan ilegalmente nuestras fronteras y delinquen, estos sí son tratados a cuerpo de rey por un Estado a la deriva.
España está pagando en términos de pobreza el precio de padecer a la casta política parasitaria más inepta de la historia de nuestra democracia y, ahí están juzgados y tribunales avanzando en su trabajo, una de las más corruptas. Es, también, el precio de saquear violentamente los recursos que son de todos el que tienen que pagar los que apenas encuentran algún centro de acogida de personas vulnerables donde poder tomar un caldo caliente y un plato de arroz. Desastroso. Y, aún así, menos terrible que el caso de tantas de esas personas vulnerables que se ven abocadas a alimentarse de los restos y aun la basura que se saca a las calles traseras de los supermercados.
La corrupción de las castas políticas parasitarias no solo ha sido un lastre moral, sino un verdadero motor de desigualdad y empobrecimiento. No es casualidad que las clases medias se vean arruinadas cuando quienes deberían velar por el bien común han antepuesto sus propios intereses y ambiciones. Por supuesto espurios, bastardos. Al final, la raíz de la pobreza y el deterioro social en España tiene un nombre claro: la corrupción de quienes deberían haber sido servidores y no saqueadores. Hasta que, como nación, no enfrentemos esa verdad y exijamos integridad, el futuro difícilmente cambiará.