Una nave romana hundida frente a Dénia saca a la luz vestigios del siglo I a.C. únicos en la Comunitat

ARTURO RUIZ

Los años que transcurren entre el 75 y el 65 antes de Cristo fueron para la República Romana tan difíciles como apasionantes. Cargados de esos acontecimientos que hoy en día nutren las páginas de centenares de novelas históricas. El dictador Sila había fallecido apenas unos años antes, Craso sofocaba la revuelta de esclavos de Espartaco, Pompeyo coleccionaba victorias militares pero pronto sería ninguneado por el Senado y en las provincias ubicadas a ambas orillas del Mediterráneo se libraban guerras: la de Sertorio en Hispania y la de Mitriades en Asia. Y Dianium formó, pese a su situación periférica, parte de ese mundo.

La Dénia romana anudó firmes vínculos comerciales con la Península itálica. De allí importó vino y cerámica. Y tuvo ya, en aquella época tan temprana, un puerto de intensa actividad, de un «dinamismo inusitado», según afirma el arqueólogo Josep Antoni Gisbert. Ahora bien poder determinar con tanta precisión, en esa década y no en cualquier otra, el papel que entonces desempeñaba Dianium no es una simple suposición. Ya no es solo que su nombre aparezca con frecuencia en los textos clásicos que hacen referencia a las guerras sertorianas. Se debe también a un gran descubrimiento: un barco hundido frente a la dársena de Dénia.

Fue hallado a principios de la década de los años 80 por Antoni Català, Juan Rafet y Manuel Sánchez y a lo largo de estas cuatro décadas ha ido aportando, a través de donaciones privadas y de la propia investigación de los expertos, incontables vestigios. Pero algunos casi acaban de aparecer. Y eso ha agigantado su importancia.

En primer lugar, aquella embarcación desdichada que acabó naufragando llevaba ánforas vinarias procedentes del Golfo de Nápoles, en Campania. Algunas tenían la marca LM, que atestigua que venían del Ager Falernus, es decir que se trataba de vino de Falerno, uno de los más exquisitos de la Roma republicana y que en aquel siglo «experimentó una importación masiva tal y como conocemos gracias a las fuentes clásicas, que hablan de sus bondades y también de sus maldades», subraya Gisbert.

En segundo lugar, la nave transportaba cerámica de barniz negro o campaniana de talleres de esa misma zona geográfica. Y aquí viene el descubrimiento más reciente, casi fabuloso, que ha agrandado la importancia de este yacimiento submarino: «En 2019 y con motivo de la apertura del Museo de la Mar de Dénia recibimos una  donación increíble con material que después de cuarenta años no conocíamos, casi un centenar de esas cerámicas de barniz negro procedentes del Golfo de Nápoles, cincuenta de ellas totalmente enteras».

El buque también contaba en sus bodegas con unas pocas piezas de barniz rojo pompeyano: tapadoras y cazuelas de gran tamaño de importación itálica «que todavía se están estudiando y que ahora mismo, y en esta fase inicial de investigación, es la que permite afinar la datación del pecio entre los años 75 y 65 antes de Cristo». Es decir, la que verifica que ese barco navegó por la misma época en la que el ejército de esclavos de Espartaco era derrotado.

Gisbert considera que toda esta colección es «única» en la Comunitat Valenciana: no hay otra en todo el territorio, sí de cronología anterior o posterior pero no de este momento. De ahí que el camino ahora sea claro: profundizar en una investigación monográfica sobre este hallazgo. De hecho, el arqueólogo presentó ayer un avance de ese estudio en un congreso científico que está teniendo lugar en Xàtiva bajo el título «Contestans i edetans davant de la romanització».

Una sociedad en profundo cambio

Toda esta investigación aporta además conclusiones vitales sobre la Dianium de la República romana en una etapa histórica muy prematura, décadas antes de que el emperador Augusto la declare municipium y cuando existen asentamientos íberos indígenas por toda la Marina Alta que ya muestran un intenso gusto por la romanización.

Es pues una sociedad cambiante, que está adoptando nuevos hábitos de consumo ya en la órbita de Roma. Les gusta el buen vino como lo demuestra que lo importaran no solo de Ibiza sino también de Nápoles. Y las piezas de cerámica descubierta son también pura historia de la gastronomía: por ellas sabemos cómo se sentaba esa población a la mesa y qué vajilla y utensilios utilizaban en sus ágapes y celebraciones. Los buques procedentes de puertos itálicos amarraban en el puerto de Dianium situado al norte del actual y después transportaban su carga a los principales oppida y asentamientos precedentes de las villas romanas.

Porque lo de la nao descubierta a principios de la década de los ochenta no fue un hecho aislado . Una vez más la arqueología lo atestigua. Vestigios de ánforas itálicas similares han aparecido en muchas otras excavaciones ya en tierra. Antes que nada en el actual casco urbano de Dénia, donde se localizaron en el yacimiento de contextos tardorepublicanos excavado en 1987 en la calle Templo de Sant Telm. Pero también en asentamientos íberos ubicados en la comarca y pertenecientes al ámbito de influencia de Dianium, desde Segària a Ambra, así como en otras comarcas de las costas alicantinas.

Un rompecabezas: vinieron antes los vestigios que el yacimiento

El trabajo desarrollado a lo largo de estas décadas ha sido muy complejo. Como un rompecabezas. Los vestigios aparecieron antes que el propio yacimiento. Gisbert subraya que antes de crearse el Museo Arqueológico, durante una estancia en Dénia en 1981, ya emprendió un trabajo de búsqueda de ánforas en colecciones privadas en esta ciudad: muchas estaban rotas, sólo tenían el cuello o el cuero, «pero todas ofrecían una homogeneidad que indicaba que procedían del mismo sitio, de idéntico contexto».

Para la apertura del Museo Arqueológico en 1987 se gestionó la donación de piezas de colecciones privadas entre las que de nuevo se contaban ánforas y unas pocas cerámicas de barniz negro y se seguía repitiendo la misma tesis: aquellos vestigios compartían un mismo origen y todo parecía indicar que era un barco hundido. La confirmación definitiva llegó cuando el yacimiento subacuático con nuestra nao romana frente al puerto de Dénia fue geoposicionado y apareció nuevo material idéntico, incluida un ánfora con ese famoso sello L M.En aquellas prospecciones intervinieron expertos del calibre de Asunción Fernández, Carmen Aranegui o Manuel Martín Bueno.

Todos estos pasos científicos fueron presentados y publicados en diversos congresos ya desde mediados de los años ochenta. Pero las donaciones que se produjeron hace apenas unos años, con esas cien piezas de cerámica con motivo de la apertura del Museo de la Mar, confirman que todavía hay mucho trecho de investigación científica por recorrer. Y mucho por divulgar. Dénia tiene, de nuevo, un tesoro arqueológico entre las manos.