San Fermín

Según cuenta la leyenda, San Fermín era hijo del jefazo romano de Pamplona hacia el siglo III. Un cura francés que estaba de visita por aquí, San Saturnino, lo convirtió al cristianismo, así que se fue a Toulouse a hacer un máster de obispo y volvió para liberar al pueblo trabajador de sus supersticiones. Luego regresó otra vez a Francia, cristianizó a miles de paganos y se quedó a vivir en Amiens.

Alguna bronca debió de tener con las autoridades, porque acabó torturado y degollado. Su cuerpo reposa en Amiens, aunque anda repartido por ahí en forma de reliquias.

La verdad es que con este curriculum, es una ironía que le den tu nombre a una bacanal famosa en todo el mundo. Así es la vida. De todos modos no todo en estas fiestas es juerga. Al santo le dedicamos una procesión muy bonita el día de su onomástica y él, en agradecimiento, nos hace de doblador en los encierros protegiendo a los corredores: es lo que llamamos el famoso “capotico de San Fermín”.

Mucha gente ha oído hablar sobre San Fermín o, por lo menos, conoce su nombre gracias a las fiestas que se celebran en Pamplona en su honor. Pocos saben, sin embargo, que su historia, al igual que la de otros santos, es una leyenda que para muchos estudiosos carece de base histórica.

La leyenda nació hacia el siglo IX en la localidad francesa de Amiens, y desde allí llegó a Pamplona en el siglo XII, convirtiéndose en un santo de devoción para cientos de pamploneses.

Recientemente, una tesis elaborada por el historiador Roldán Jimeno ha refrendado la conclusión a la que llegaron en 1970 varios historiadores de la capital navarra y arqueólogos de Amiens: ambos investigaron por separado, y concluyeron que la historia de San Fermín no tenía base histórica alguna. A pesar de ello, Amiens y Pamplona siguen rindiendo culto a este santo .

La leyenda llegó a Pamplona por primera vez hacia el siglo XII, cuando el entonces arzobispo de Pamplona, Pedro de París, tuvo noticia de ella y trajo consigo una reliquia que fue depositada en el altar de la Catedral de Pamplona. Con el tiempo, el culto se fue extendiendo a toda Navarra. Para los habitantes de Pamplona, que existiera un santo que, además, había sido el primer arzobispo de Pamplona, fue un auténtico hallazgo; cambiaron parte de la historia francesa adelantando la evangelización de la capital navarra al siglo I. 

Una leyenda sin base histórica

Ya en el siglo XX, en la década de los 70, el bibliotecario de la Catedral de Pamplona, José Goñi, después de investigar sobre el tema llegó a la conclusión de que la historia de San Fermín era «legendaria e inverosímil», ya que no disponía de base histórica alguna.

Posteriormente, el historiador Jimeno Jurío realizó un exhaustivo trabajo de investigación que confirmó tales sospechas. Por aquel entonces se creó cierto debate que no trascendió más allá del ámbito científico ,y más tarde otros autores dieron la razón a estos dos estudiosos. El hecho de que San Fermín no tuviese ninguna iglesia, ni ermita a su nombre contribuyó a confirmar dicha teoría. No es lógico que un arzobispo de una ciudad como Pamplona no registre ninguna iglesia o ermita a su nombre hasta el siglo XVII. En Pamplona, la primera iglesia que lleva su nombre se construyó en la Milagrosa, en la década de los años 50 del pasado siglo, y las primeras ermitas datan del siglo XVII.

Actualmente, tanto en Pamplona como en Amiens el culto a San Fermín sigue atrayendo a cientos de personas y las fiestas que se celebran en su honor en la capital navarra congregan cada año a miles de visitantes de todas parte del mundo que, a falta de conocer su historia, han oído hablar alguna vez del patrono de Navarra.

Lo más importante de la capilla de San Fermín es que dentro se encuentra la figura que recuerda al santo y allí descansa todo el año.

San Fermín es un santo muy especial porque durante las fiestas acuden a él a pedirle favores o pedirle protección en el encierro, tanto devotos fieles como otros que no creen en nada. Desde el siglo XIV, existía una capilla dedicada a San Fermín. Era gótica y de reducidas dimensiones. En el siglo XVII, el Ayuntamiento, muchos ciudadanos de Pamplona y de otras partes de Navarra y América se involucraron en costear económicamente la construcción de un templo nuevo. Por ello, la gente de Pamplona y de Navarra consideran al santo y su capilla como una cosa casi suya, y así se ha transmitido de generación en generación.

Un pamplonés llamado Juanito Etxepare inició en 1931 la costumbre de lanzar un cohete para comenzar la fiesta. La costumbre fue retomada en 1939 por Joaquín Ilundáin, e institucionalizada en 1941 tal y como hoy lo conocemos. 

Este sería el origen popular del Txupinazo parecido a como lo vivimos hoy, en el que un lanzador singular le da un valor específico al inicio de la fiesta. Lo cierto es que se lanzaban cohetes ya en 1901 desde la plaza del Castillo, para avisar del inicio de San Fermín. Los empleados de la empresa Oroquieta realizaban esta labor por encargo, y nadie pensaba ni otorgaba valor alguno a esta costumbre. Juanito Etxepare, con propina de por medio, consiguió lanzar y prender la mecha en 1931, y siguió haciéndolo hasta 1936. Cuando comenzó la Guerra Civil, fue fusilado.

El cometido de prender la mecha del Cohete -un orgullo para cualquier pamplonés- correspondía a personas vinculadas al Ayuntamiento.